
La inversión de los valores en la derecha chilena
Se trata de un enfoque pragmático y cínico a la vez, que prioriza resultados inmediatos y la lealtad política por encima de la coherencia ideológica, transformando a la derecha chilena en un movimiento centrado en su crecimiento electoral, aunque signifique la traición de sus ideales históricos.
Las actuales candidaturas presidenciales de la derecha chilena representan un caso de inversión de valores dentro de la tradición histórica del sector. Si bien estos partidos han evolucionado a lo largo de las décadas, ciertos valores fundamentales siempre los habían caracterizado, hasta ahora: el respeto por las instituciones, la defensa de principios éticos conservadores, la promoción del libre comercio y el liderazgo meritocrático en el ámbito político. La irrupción de la dupla Kast-Kaiser y su dañina influencia sobre Evelyn Matthei ha desafiado y, en algunos casos, revertido esas tradiciones. Este fenómeno es cada vez más evidente en su actual estilo político y prioridades.
La inversión de valores es un fenómeno en el que las valoraciones predominantes en un sector o comunidad política se alteran de tal manera que lo que anteriormente era considerado positivo, deseable o bueno, se percibe como negativo o indeseable y viceversa. Los valores de la derecha chilena se habían fundamentado en principios que priorizaban la libertad económica, la responsabilidad individual y la confianza en el mercado libre como motor del crecimiento y la prosperidad. Pero hoy parecen centrados en todo lo contrario.
Históricamente, la derecha ha valorado la estabilidad institucional y el respeto por las normas legales. Líderes como Montt, Varas o Alessandri apelaron al respeto por la legalidad como base de la unidad nacional. Hoy, la retórica y las acciones de esta nueva derecha desafían el papel de instituciones clave, como el Congreso y el sistema judicial, y cuestionan la legitimidad de sus procesos, especialmente tras su derrota en 2022. Esto marcó una ruptura con la tradición republicana de proteger las instituciones de la república.
Han pasado de la moralidad conservadora al pragmatismo político. Han abandonado los valores de moralidad personal, familia tradicional y decoro público, valorando líderes que no proyectan esa integridad ética en su vida personal, lenguaje y estilo. Al polarizar, estos nuevos liderazgos han chocado con valores que siempre han sido aceptados y defendidos por sectores conservadores, priorizando su capacidad electoral y su influencia en la definición de una agenda política por sobre consideraciones de carácter fundamental.
Se están moviendo rápidamente del libre comercio al proteccionismo. La derecha chilena siempre había abanderado el libre comercio y la globalización económica, promoviendo tratados comerciales y un mercado global sin restricciones. Hoy, por influencia de Trump, apelan a una política proteccionista que imponga aranceles y renegocie acuerdos bilaterales y tratados internacionales. De esa forma, abandonan todo intento de ejercer un liderazgo global en aras del aislacionismo, desmontando las alianzas y acuerdos multilaterales que durante décadas han fortalecido al país.
Están pasando del reconocimiento de la importancia del conocimiento experto y de las instituciones académicas como pilares del progreso, a un discurso que descree de la meritocracia y que identifica a las universidades como un enemigo, tal como Trump lo está haciendo al combatir su propio sistema de educación superior.
Si antes fue capaz de promover la investigación científica y el desarrollo intelectual como herramientas fundamentales para la toma de decisiones políticas basada en evidencias, hoy se abandona al ideologismo, las teorías de la conspiración y la promoción de posverdades masivas.
Tras esto, se advierte un giro desde un discurso nacionalista unificador al populismo polarizador. Aunque polarizantes en ocasiones, los líderes de la derecha chilena tradicionalmente buscaron unir a las diversas corrientes del país bajo una premisa nacionalista. Hoy, la derecha utiliza un discurso populista y divisivo que exacerba tensiones sociales, culturales y políticas. Si bien esta estrategia les está atrayendo a votantes descontentos, también está profundizando la polarización, alejando a sectores moderados de ese sector.
Finalmente, todo esto se explica por una renuncia a los principios por pragmatismo electoral. Si antes la derecha apelaba a que las personas son responsables de sus decisiones económicas y deben asumir las consecuencias de sus actos, hoy apela a beneficiar incondicionalmente a sus seguidores. Se trata de un enfoque pragmático y cínico a la vez, que prioriza resultados inmediatos y la lealtad política por encima de la coherencia ideológica, transformando a la derecha chilena en un movimiento centrado en su crecimiento electoral, aunque signifique la traición de sus ideales históricos.
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