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América Latina: entre el dragón y el águila Opinión Archivo

América Latina: entre el dragón y el águila

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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En un contexto muy dinámico, Latinoamérica está crecientemente expuesta a las influencias de Estados Unidos y China en un formato de suma cero, configurándose una división tácita entre el Norte y Sur de nuestro continente, según las prioridades de estas potencias en los términos señalados.


Como lo hemos representado en múltiples oportunidades, la competencia global entre Estados Unidos y China está empujando alineamientos con uno u otro y reduciendo los espacios de autonomía de los Estados. Evidentemente esa dinámica no es ajena a América Latina, que está más expuesta a las presiones por su propia debilidad y el continuo deterioro de su peso relativo en el mundo.

Durante la última década, China se ha convertido en el principal socio comercial de buena parte de nuestra región y especialmente de Sudamérica, incluyendo un escalamiento significativo en materia de inversiones que la posiciona en algunos sectores (infraestructura, energía, minería) y países, entre los principales inversores.

Estados Unidos, por su contigüidad geográfica e historia compartida, sigue siendo el principal inversor en la mayor parte de la región, además de ser un socio comercial relevante. A eso se suma una relación mucho más densa que la china, tanto por su mayor antigüedad como por su amplitud, destacando lo político y la seguridad.

Las mismas variables económica, política y de seguridad son las que de alguna manera están configurando las prioridades de ambas potencias y sus áreas de influencia en nuestra región. En términos gruesos y por supuesto con bemoles, la parte norte del continente, incluyendo Centroamérica, está hoy dentro de las prioridades estadounidenses, mientras que Sudamérica está más en la esfera china.

El eje que guía a la política exterior actual de Estados Unidos respecto de América Latina es primariamente la seguridad, por eso es que México y Centroamérica han estado bajo el foco del Gobierno de Trump, el que se ha propuesto impedir la inmigración ilegal y expulsar a quienes ingresaron en esa condición a sus países de origen. Para obtener el concurso de los países del Sur, la herramienta principal ha sido la intimidación vía los aranceles, con los que ha arrancado concesiones de prácticamente todos, pero particularmente de México, Panamá y Colombia.

En el caso de México, el Gobierno de Trump consiguió que la presidenta Claudia Sheinbaum militarice la frontera con Estados Unidos con el despliegue de diez mil soldados, tanto para dificultar el paso de los migrantes como también para frenar el tráfico de fentanilo. Igualmente, producto de la presión, México entregó 29 líderes de los carteles para ser juzgados y cumplir condena en Estados Unidos.

Colombia también ante la amenaza arancelaria tuvo que aceptar el regreso, tanto en aeronaves estadounidenses como propias, de todos los ilegales colombianos desde Estados Unidos. Ambos países acordaron compartir datos biométricos para identificar migrantes irregulares y delincuentes transnacionales. Colombia, a pesar del debilitamiento de sus estructuras criminales desde la década de los noventa del siglo pasado, sigue teniendo un peso importante en la producción y comercialización de la cocaína y en todo el ecosistema criminal que rodea estas actividades.

Respecto de Panamá, la cuestión principal ha sido el canal interoceánico. Trump expuso su preocupación de que China estaba tomando el control de la vía, con la obtención de la concesión de dos puertos panameños en cada océano, por una empresa de Hong Kong, en circunstancias que Estados Unidos es el primer usuario, incluyendo el tránsito de buques de guerra. Por eso en su discurso de los primeros meses ha amenazado derechamente con retomar el control del canal.

Para aplacar al presidente Trump, el Gobierno panameño debió permitir que la empresa estadounidense BlackRock comprara las concesiones de los puertos del país, sacando a la empresa de Hong Kong. En este caso, Estados Unidos dio una señal geopolítica muy clara de que no va a permitir que los chinos controlen una vía estratégica del tránsito marítimo en su propia región de influencia.

El caso de El Salvador amerita una mención especial. La relación entre Trump y Bukele ha sido beneficiosa para ambos. Mientras el primero ha consagrado a un socio que acepta recibir y encarcelar a migrantes deportados por Estados Unidos, Bukele, junto con ganar el favor del presidente de la principal potencia, recibe dinero por cada deportado y, lo que es más relevante, la convalidación de su modelo carcelario, duramente criticado en materia de derechos humanos.

Como lo manifestara más arriba, Sudamérica, con la excepción ya vista de Colombia, tiene menos relevancia para la política exterior actual de Estados Unidos, salvo siempre que implique la dimensión de seguridad, lo que permite un mayor activismo de la diplomacia china.

La excepción sería Argentina, por la afinidad ideológica de Milei con Trump. Aunque no mueve significativamente la aguja de la relación con Estados Unidos, sí ha permitido un soporte financiero y político para los esfuerzos de saneamiento económico y las reformas en ese ámbito. Otra área de interés para Estados Unidos es la seguridad en el paso entre el Atlántico y el Pacífico austral, como alternativa ante el cierre del canal de Panamá, de allí que siempre ronda la idea de una base norteamericana en la parte argentina de Tierra del Fuego.

Frente entonces a las señales y acciones norteamericanas en nuestro hemisferio, China ha intensificado su diplomacia latinoamericana. En ese sentido, esta semana tuvo lugar la IV Reunión Ministerial del foro China-CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), a la que asistieron los presidentes de Brasil, Colombia y Chile.

El foro se celebró en un momento en que los países latinoamericanos buscan negociar mejores condiciones comerciales con Estados Unidos, tras los aranceles impuestos por la Casa Blanca.

Frente a los presidentes Lula da Silva, Gustavo Petro y Gabriel Boric, Xi prometió que intensificará las relaciones comerciales que llegan. Entre los anuncios hechos por el mandatario chino se destacan una nueva línea de crédito de US$ 9.200 millones a los miembros de la CELAC y nuevas inversiones en infraestructura. Xi, ante la frustración latinoamericana por la asimetría del comercio con materias primas de su lado versus productos tecnológicos chinos, declaró su intención de ampliar la cooperación en áreas emergentes, como la energía limpia, las telecomunicaciones y la inteligencia artificial.

En el contexto de la CELAC se anunció también que empresas chinas invertirán más de US$ 4.500 millones en Brasil, en sectores que abarcan desde la industria automotriz y las energías renovables, hasta la farmacéutica y los semiconductores.

El mandatario chino insistió frente a los presidentes de la región presentes en el evento que China es su socio más confiable en un mundo turbulento, y como muestra de aquello, anunció que, a partir del próximo 1 de junio y por un año, eximirá de visas a los nacionales de Argentina, Brasil, Chile, Perú y Uruguay.

Brasil es sin duda uno de los países que más tiene que ganar desde el punto de vista comercial, pero también en materia de inversiones chinas, por el tamaño de su mercado. En materia agrícola, la disminución de las exportaciones estadounidenses a China se ha traducido en un aumento de las brasileñas. El problema es que la composición de las exportaciones de este gigante sudamericano se ha ido concentrando en los productos agrícolas, al mismo tiempo que ha aumentado su dependencia del mercado chino.

Argentina ha seguido esa tendencia, aunque en menor escala.

Desde la óptica de las rutas comerciales, con el control de los megapuertos de Chancay en Perú y de Santos en Brasil por empresas de China, este país potenciará el intercambio entre el Indopacífico y Sudamérica, lo que abre más oportunidades para nuestra subregión aunque también, de seguir la guerra comercial sino-estadounidense, podría impulsar una desviación de comercio que afecte particularmente a las manufacturas latinoamericanas, dejándonos casi exclusivamente circunscritos a la producción y ventas de materias primas.

Estados Unidos estará observando el tema portuario y su influencia en el tráfico marítimo y, si estima que amenaza su seguridad o derechamente afecta su competitividad comercial, podría verse tentado de intervenir más activamente en nuestra subregión.

En un contexto muy dinámico, Latinoamérica está crecientemente expuesta a las influencias de Estados Unidos y China en un formato de suma cero, configurándose una división tácita entre el Norte y Sur de nuestro continente, según las prioridades de estas potencias en los términos señalados.

Hasta ahora nuestros países más bien han danzado –bien o mal– de acuerdo con la música que otros les han puesto, pero es menester que definan una estrategia común y busquen actuar en conjunto como única forma de disminuir esa dependencia y de evitar tener que encasillarse con una u otra potencia y exponerse a verse involucrados en un conflicto.

El gran problema radica precisamente en la incapacidad de definir una estrategia común y adherir a ella.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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